Las horas antes de la primera semifinal de la Liga de Campeones en el Parque de los Príncipes en 29 años, nada parecía indicar que el PSG no superaría la prueba contra el Borussia Dortmund. «Este es el año», se repetía en las calles de la ciudad.
La eliminación les hizo caer de un pedestal, les devolvió a su suerte esquiva en Europa, una maldición que comienza a cobrar envergadura y fagocitar todavía más a una entidad que vive solo para la Copa de Europa.
Pero el amargo sabor de la decepción fue diferente en esta ocasión. La hinchada no se echó en manos de la desesperanza y el club evitó enviar mensajes derrotistas, dando a entender que había que cambiarlo todo.
Nada que ver con temporadas anteriores, como la famosa remontada de 2017 o la eliminación en el último instante contra el Manchester United en el descuento, tras haber ganado en Old Traffor 0-2 en 2019.
En esta ocasión, el presidente, Nasser Al-Khelaifi, se apresuró a asegurar que el rumbo marcado por Luis Enrique será el que siga el PSG en los próximos años, lo que demuestra la satisfacción que existe en los despachos con el trabajo del entrenador, que ha arrastrado a los aficionados y a una buena parte de la prensa.
El entusiasmo del técnico arrastró a toda la ciudad y la inercia parece continuar, porque su nombre encarna la nueva era, la que se abrirá con la salida de Kylian Mbappé, la última gran estrella planetaria tras el adiós de Lionel Messi y Neymar.
Luis Enrique deberá construir un colectivo sólido, una idea de fútbol como él sabe hacer, un grupo de soldados al servicio de una manera de entender el fútbol.
El club tendrá el talonario fresco liberado del salario faraónico de Mbappé, pero es poco probable que las directivas del técnico apunten a hacer locuras con ese dinero.
Tendrán que reforzarse, sin duda, pero no lo harán en busca de jugadores de renombre que no encajen en el esquema colectivo del técnico.
Una receta que parece gustar en París, tras tantos años en pos de un brillo que no ha logrado encontrar son las grandes figuras del mundo. El club volvió a caer en Europa pero, al menos, ahora tiene una trayectoria en la que cree.
Señales ocultadas
La ilusión de Luis Enrique logró ocultar algunas dificultades con las que el PSG alcanzó las terceras semifinales de su historia.
El equipo se clasificó por los pelos para los octavos de final, superando con muy poco margen la fase previa en el grupo de la muerte, beneficiado en el último partido por la indolencia de un Borussia que prefirió especular sabedor que tenía ya la primera plaza asegurada.
El colectivo mejoró en las semanas siguientes, el técnico fue encontrando la receta que buscaba, pero en octavos se vieron superados en el terreno por la Real Sociedad en el Parque de los Príncipes.
Los españoles merecieron mejor suerte, pero sufrieron de su falta de acierto goleador y de un acertado Mbappé.
Frente a un Barcelona en plena reconstrucción cayeron en la ida en su estadio y estaban contra las cuerdas hasta que la rigurosa expulsión de Ronald Araujo a falta de una hora de juego les colocó en posición de dominación.
Los mismos síntomas aparecieron en Dortmund, donde solo despertaron en la segunda mitad y, de nuevo, en la vuelta, con el único consuelo de que, en el conjunto de la eliminatoria tocaron hasta seis veces los palos del Borussia.
Lo que no oculta que su juego fue mediocre y que su estrella no apareció. Ese es otro punto negro de la temporada, la gestión de la última temporada de Mbappé.
Apartado del primer equipo en los primeros meses por su negativa a prolongar su contrato, el jugador perdió su condición de titular cuando se supo que no seguiría la próxima temporada.
El delantero ha firmado, una temporada más, unas estadísticas envidiables, pero en los partidos decisivos ha sido transparente, hasta abandonar su sueño de dejar la Liga de Campeones en su ciudad natal antes de hacer las maletas.
La cuidad y el club se han resignado a la vida sin él y, quizá también eso anestesia un tanto la decepción por una nueva bofetada europea.