Dice una leyenda que había un señor tan anciano que ni siquiera se acordaba de su juventud, tantos eran sus años que ya había olvidado si vivía o estaba muerto. De esta magnitud era su malvivir.
Se la pasaba sentado a la puerta de su choza, siempre ocioso y malhumorado.
Los que pasaban por su casa, lo veían y pensaban en la gran experiencia y sabiduría que podía tener, al verlo cargado en años le consultaban:
¿Qué debemos hacer para ser felices?
La felicidad es un invento de la gente necia, respondía.
¿De qué manera debemos sacrificarnos por nuestros semejantes?, preguntaban otros.
Es un idiota el que se sacrifica, contestaba.
¿Cómo podemos orientar a nuestros hijos?
Los hijos son víboras venenosas, sólo saben morder, replicaba.
Escritores y periodistas lo consultaban:
¿Cómo podemos expresar nuestros ideales?
Lo mejor que pueden hacer es guardar silencio, era su agria respuesta.
Poetas y artistas también preguntaron:
¿Qué es el amor?
El amor no existe, respondió el anciano.
Aquel hombre viejo era Don Pesimismo, acaba con las ilusiones de todos, destruía el amor, la bondad, la felicidad, la fe, los ideales, las esperanzas, las ganas de vivir… Todo aniquilaba.
Un día, el buen Dios llamó a un niño y le dijo: “Busca a Pesimismo, abrázalo y dale un beso en el rostro”.
A Don Pesimismo nadie lo quería y nunca lo habían querido, su rostro estaba marcado por espantosas arrugas, de esas que no son producto de los años, sino de las que brotan por los resentimientos rancios, permanentes y crecientes.
El niño obedeció, se abrazó al cuello del anciano y le besó el rostro.
El nombre del niño era “Buen Humor”.
El anciano quedó maravillado, nunca nadie lo había querido; abrió tamaños ojos, ¡sonrió!, murió sonriendo y viendo a Buen Humor que lo había… resucitado. ¡El remedio divino había funcionado!
El buen humor se manifiesta en amor, sonrisas, risas, alegría, paz, generosidad, saludos de corazón a corazón, paciencia, práctica del bien, trato agradable, buenas relaciones, confianza, comunicación, optimismo, dominio de uno mismo, éxito en situaciones conflictivas y, en general, una sensación de bienestar; contribuye a una vida feliz, saludable, productiva y con sentido.
Dicen los que saben de ciencias de la salud que el buen humor se refleja de manera positiva en el estado físico, mental y emocional de las personas, en virtud de que nos ayuda a mantener sanos y mejorar los sistemas cardiovascular, nervioso, respiratorio, endocrino, digestivo, inmunológico, cognitivo y musculoesquelético.
Con todos estos beneficios, ¿qué sentido tiene andar de mal humor?
Le comparto la oración para pedir el buen humor, atribuida a Tomás Moro, mártir y santo patrono de los políticos.
Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar
lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante
el pecado, sino que encuentre el modo de poner
las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no
permitas que sufra excesivamente por ese ser tan
dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría y
pueda comunicársela a los demás.
Así sea.
Cuando un día ande malhumorado, dígale a Dios que le mande a ese “niño” llamado Buen Humor, que venga, que lo abrace, le de un beso en el rostro, y lo fruncido desaparecerá.