¿POR QUÉ UN NUEVO SISTEMA DE SALUD?

Según la opinión común, la salud de una persona depende sobre todo de la consulta de un médico, de los medicamentos y vitaminas que le entreguen, de la cirugía que se le practique, de alguna terapia que se le aplique y algún alimento o complemento nutricional milagroso.

 

Este saber popular que se da por cierto, no es espontáneo, sino que ha sido moldeado a ciencia y paciencia durante décadas, por la combinación de conocimientos, creencias, prejuicios, experiencias personales e información, ocultamiento de cierta información y desinformación propagada masivamente por la mayoría de medios comerciales de comunicación, aliados a específicos grupos de interés (industria farmacéutica, de comida chatarra, de bebidas azucaradas, extractoras, procesadoras y comercializadoras de bienes que contaminan el ambiente) y  de grupos de presión política de ex proveedores y ex intermediarios de insumos médicos para anteriores gobiernos. A este efecto de necesidad y demanda inducida por el mercado, la ciencia le llama determinantes comerciales de la salud.

 

También de acuerdo a esa opinión alentada por los medios masivos de comunicación: para estar más saludables, se necesitan fundamentalmente de más hospitales de alto nivel, consulta inmediata las 24 horas del día y de campañas comunitarias de cirugías por patrocinadores comerciales. Todo a muy bajo precio o si es posible gratis.

 

Así mismo, considera esta opinión inducida, que el gobierno debe proporcionarlo todo, de inmediato y de la manera que lo dicen, en la televisión y en las redes sociales, los comentaristas-analistas-expertos de moda. Los mismos a los que, en gobiernos anteriores, no le corría ninguna prisa de que a los mexicanos se les dieran los servicios e insumos que hoy reclaman como urgentes.

 

Asumido lo anterior, los expertos opinólogos “imparciales” e “independientes”, concluyen y sentencian que, si actualmente los mexicanos tienen los peores indicadores en obesidad, diabetes, discapacidad y muertes por enfermedades prevenibles, es por culpa del gobierno que no construye más hospitales y compra las farmacéuticas y a sus intermediarios, más medicamentos.

 

Efectivamente una parte importante de la salud, sí está estrechamente relacionada a la consulta especializada y al consumo de medicamentos, pero desde 1974 en Canadá una investigación revolucionaria sobre políticas y sistemas sanitarios demostró que, la estrategia de enfocarse principalmente en la enfermedad gastando principalmente en hospitales y medicamentos, solo contribuye 11% en lograr mejorar la salud de una población; pero en contraste consume el 80% de los recursos financieros públicos en salud.

 

Por otra parte, desde 1980 en EEUU se identificó que el 50% de su mortalidad estaba determinado por los malos estilos de vida (comida chatarra, bebidas azucaradas y sedentarismo). Así, hoy se sabe con certeza que los sistemas sanitarios enfocados en la salud a través de cambios en los estilos y la mejora en las condiciones de vida, aportan hasta un 80% en lograr una buena salud tanto individual como poblacional.

 

Por lo tanto, invertir en la enfermedad es muy buen negocio para la industria y el comercio de la salud, pero muy malo para la salud pública y las finanzas del Estado.

Por eso los monopolios y consorcios privados nacionales y trasnacionales con intereses en este sector, invierten millones en publicidad abierta y/o subliminal, así como en cabildeos en el poder legislativo, para impedir, retrasar o dificultar la propuesta, la aprobación e implementación de leyes, en contra de medidas como la compra consolidada de medicamentos, la producción nacional de ellos, la eliminación de intermediarios, la obligatoriedad del etiquetado en productos chatarra, cigarros, etc.

 

Seguir gastando la mayor parte del presupuesto público en salud, para sostener y ampliar este modelo médico hospitalario curativo y en sistemas de salud, subordinados a las industrias que hacen sus negocios con la enfermedad, definitivamente no es el camino más efectivo y ético, para construir sociedades saludables.

 

Hoy existe suficiente evidencia científica acumulada y experiencias exitosas en países que adoptaron en sus políticas y sistemas de sanitarios, la estrategia de invertir y trabajar en la promoción, cuidado y autocuidado de la salud, específicamente en cambiar los estilos de vida de las personas, especialmente las que tienen más factores de riesgo y vulnerabilidad; de poner límite a la publicidad distorsionada de la industria alimentaria y contaminante; así como en la aplicación de políticas sociales y económicas que reduzcan la pobreza y la desigualdad de la población; que eleven su nivel de educación, que mejoren sus condiciones de vida y de trabajo y que promuevan su participación empoderada en todos los asuntos públicos que tengan que ver con su salud y bienestar.

 

Este es el camino que han tomado los gobiernos federal y estatal, en favor de la promoción y cuidado de la salud de las personas y grupos vulnerables de la población, basado en un sistema de salud que ofrezca servicios de cobertura universal, gratuitos, accesibles, de calidad, con seguridad, con equidad y humanizado; guiado por un modelo de atención primaria y potenciado por políticas sociales en contra de la pobreza y la desigualdad.

 

Difícil trabajo en el que se tendrá que desmontar y vencer la infraestructura mediática, jurídica, comercial e institucional construida por la red de intereses que por varios sexenios hicieron de la salud un negocio y una vía para acumular poder político. Camino que también tendrá que cambiar con inteligencia, sensibilidad y efectividad la arraigada opinión colectiva moldeada por esos intereses que en el pasado reciente, les impidieron tener un eficiente sistema de salud capaz de enfrentar con solvencia retos como el de las epidemias de obesidad, de enfermedades crónico-degenerativas y de pandemias como la de COVID-19.

Hoy ese obsoleto e ineficiente sistema de salud, se deconstruye y se transforma a marchas forzadas, bajo nuevos paradigmas, modelos, principios y visión.

 

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