El niño que causó revuelo
Por: Eusebio Ruiz Ruiz.
En el vigésimo año del imperio del emperador Cayo Julio César Augusto (27 a. C.-14 d. C.) y en el trigésimo tercer año del reinado de Herodes I el Grande, rey de Judea, nace un bebé en la ciudad de Belén, acontecimiento que tuvo lugar en el año 747 de la fundación de Roma, hace 2031 años.
El nombre en hebreo de ese bebé es Yeshúah, en dialecto galileo es Yeshú, nosotros lo llamamos Jesús, que significa «Yahveh salva», es conocidísimo como el Niño Dios.
Jesús, como cualquier ser humano se fue formando en el vientre de su madre, pasó por las etapas de cigoto, embrión y feto; nació desnudo, pequeño, indefenso, dependiente, cuidado por sus padres y en condiciones difíciles por encontrarse en un sitio destinado a los animales.
No se trata de un niño perdido en el anonimato, al contrario, es alguien que irrumpió en la historia de la humanidad, los primeros que lo visitaron fueron unos pastores, después los magos que venían del Oriente, éstos eran hombres dedicados al estudio de los astros.
Las visitas terminaron, se acabó la amabilidad; el niño fue visto como rival por el rey de Judea: ¡cómo que había nacido el rey de los judíos!, fue entonces cuando Herodes I el Grande mandó matar a todos los niños menores de dos años que se encontraban en Belén y sus alrededores, entre esos tenía que estar el niño peligro, había que matarlo, pero, José y María se pusieron listos, tomaron al niño y huyeron a Egipto, lo salvaron de la muerte.
Llega el día en que muere Herodes, la familia formada por José, María y Jesús regresan a la tierra de Israel y se instalan en el pueblo de Nazaret, no sin antes tomar sus debidas precauciones, sobre todo con Arquelao, el nuevo gobernante de Judea, hijo de Herodes, que también era una “fichita”, salió como su padre: tirano, cruel y bruto.
Cuando Jesús era adolescente se perdió después de la fiesta de la Pascua, un terrible susto les dio a sus padres, se angustiaron, por fin lo encontraron en el Templo de Jerusalén metiendo en apuros intelectuales y de fe a los doctores de la Ley. Por supuesto que María, su madre, le reclamó, el sobresalto no era para menos.
Dice la Sagrada Escritura que este chico fue creciendo “en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres”.
Desde la fe cristiana Jesús es Dios, no es un dios del Olimpo ni anduvo dando la vuelta en el mundo de las ideas de Platón. Es el Dios que se hizo historia, se hizo carne, sangre, sexo, raza, biología, psicología, habitó en un territorio, fue ciudadano, vivió insertado en la sociedad, la política y la cultura, asumió el conflicto, defendió la vida… digamos que “no le faltó barrio”, se hizo plenamente humano.
A este ser humano y divino es al que se celebra en Navidad, millones de personas han oído hablar de él y lo festejan, es el niño más conmemorado en el mundo, es el personaje más importante por el que la historia se tuvo que partir en un antes y un después de Cristo, cálculo que se hizo en el siglo VI, sin embargo, eso no quiere decir que sea imitado por los cristianos, se le saca la vuelta a los valores del reino que predicó en su juventud.
Justicia, verdad, libertad, fraternidad, paz, amor, misericordia, perdón, reconciliación, cercanía de Dios, solidaridad, victoria sobre el mal… son los valores del Reino que Jesús predicó siendo joven, valores tan necesarios en nuestro tiempo, ¿acaso no hace falta vivirlos y construirlos?
Quizás el mejor regalo que podamos dar a Jesús de Nazaret, ahora que celebremos la Navidad -su cumpleaños- sea el practicar y construir los valores que Él predicó.








